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martes, 2 de marzo de 2010

La casita del terror 1


Todos los martes salía de clases de francés a las 4:20 pm y generalmente pasaba por la casa de un compañero para repasar un poco las lecciones (Luis era excelente en francés), y cuando su mamá no estaba, yo o él sacábamos una película porno y le dábamos rienda suelta al zo-boo. Era lo máximo, antes o después del estudio, siempre que las condiciones lo permitiesen, desfilaban los pañuelos, las hojas del cuaderno, las competencias…toda esa clase de cosas que uno practica cuando su mejor amigo comparte la misma pasión.
Por el sillón de su cuarto pasaron películas como: “Culiando por un sueño”, “American i-Count” y “Desperate Housewivexxx”. Y así como los títulos eran extraños, las sesiones de auto-gratificación también. Yo empezaba por lo básico, frotándome despacio, luego introduciendo mis manos lentamente a través de mi pantalón, llegaba hasta el punto F (si el de las mujeres es G el de los hombres es F, cuestión de alfabeto) y de ahí en adelante era todo igual (digo, todos sabemos cómo se hace ¿no?). Luis al contrario iba directo al grano (digo, a la polla); no había terminado de poner la película cuando el muy cabrón ya tenía las bolas al aire y ya le daba: “¡coño Luis tené calma!” –le decía yo. “A vos qué, mi casa mi forma” –me contestaba el hijo de puta.
Así nos la pasamos los primeros meses: la costumbre hace la tradición; esas escapadas a la casa de Luis eran parte ya de mi rutina, es más, si por alguna razón no podía asistir a mis lecciones, en un momento específico se me ponía dura, ¡sí! Era como si la verga supiese la hora de la sacudida.
Pues bien, uno de tantos martes (todos eran para mi casi siempre iguales), Luis y yo nos pusimos de acuerdo: yo pondría la película (“¡Querida me cogí a las niñas!”) y Luis el tele y una crema que según él hacía el trabajo más fácil. 4:20 en punto: Luis y yo en rumbo a la casa.
Teníamos puesto todo: tele encendida, pañuelos a la mano (en sentido literal) y la película dando los créditos a Patri-tetas y a Donkey (el esposo acongojado) por su participación. Acto seguido: Luis quitándose todo: bate en mano, pelotas al viento y jadeo incontrolable; yo por otro lado, despacio, disfrutando cada sensación…los gritos de las chavalas…la cara de excitación del Donkey….la sensación de mi mano sobre mi glan-d…..despacio...rítmico.

Sin esperarlo, sin darnos cuenta (Luis siempre me dice que cuando lo vio sintió como si una mano fría le hubiese tomado la vida y se la llevase fuera del cuerpo)…..¡¡¡¡la cara de asombro del papá de Luis!!!!
Ahí estaba él, dos segundos le había tomado empujar la puerta (nunca le pusimos seguro) y notar como nosotros disfrutábamos de las aventuras sucias de un par de putos y sus hijas (también putas, nótese el título de la película).
Yo no supe qué hacer; saqué mis manos de las bolsas (y de las bolas), Luis se subió el pantalón, yo tiré la crema detrás del sillón; aquello fue un caos. Ni mi amigo ni yo sabíamos que hacer y frente a cada movimiento, la mirada fría del padre. Yo no podía hablar, y en lo que respecta a Luis, las lágrimas le surcaban la cara: ¿Qué pasaba por su mente en ese momento? “Ni mierda, era como quedar en blanco, suspendido en el tiempo” –siempre me dice.
No obstante, las palabras y lo que sucedió después, fue lo que realmente me asustó. “No se preocupen chicos” –dijo finalmente; “si yo también fui joven, tal vez no teníamos DVDs como ustedes pero existían revistas” –luego de una pausa: “es más, ya que tienen todo esto tan cómodo, no lo desperdicien...digo....no lo desperdiciemos”. Segundos después y bajo mi cara de espanto (la de Luis ni para que), don Humberto le pidió a su hijo continuar con la película. El hombre (de unos 43 años) sacó su pene –lo digo por respeto– y sin pudor alguno comenzó a acariciarlo; bastarían tres roces para ponerlo(la) duro. Luis y yo nos queríamos morir: rogábamos por un Apocalipsis, un meteoro, un ataque rápido al corazón, pero no fue posible. “Vamos chicos, no se sientan mal, si todos tenemos lo mismo. Relájense, todos lo hemos hecho alguna vez” –dijo el padre con la respiración entrecortada, y sus manos ocupadas jugando con el pito.
Sin remedio alguno, y bajo la firme promesa de que a esa casa jamás volvería (quizá Luis también lo pensó), comenzamos lo que minutos atrás fue abruptamente interrumpido.
A mitad de la película: “¡Ahhhhhhhh!” Exclamó don Humberto, y con su cara de satisfacción perdida en las tetas de la Patri nos dio a entender su colapso sensorial. Seguí yo (bajo un presión enorme, casi me arranco la picha por intentar acabar los más pronto posible) y por último Luis (su trauma fue tan severo que requirió años de terapia).
Terminado el asunto y sin que nadie se atreviese a decir una sola palabra, recogimos todo, limpiamos todo y yo, con mucha tristeza, dejé de recibir clases de francés (me quedé en el hijo de puta examen).

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