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martes, 16 de febrero de 2010

Vendeur

Una tarde, en esas de abril donde todo está como inmerso en una quietud y parcimonía que tiende por algunos momentos a mortificarme, me encontraba solo en mi casa.
¿Qué hago? –me pregunté súbitamente. Estaba ya harto de las películas escondidas de mi cuarto; llamar a alguien para disfrutar un momento a solas era imposible pues la mayoría de ellos y ellas estaban trabajando… ¡ahhh!
Me encontraba en una de esas situaciones en donde el libido está por las nubes pero no había nada (o nadie) con qué (o quién) descargarlo, ¿el toque de la mano? Sí claro, pero disfrutar ese espacio a solas lo consideré algo muy egoísta. ¿No sería mejor que alguien viniese por acá y mientras discutimos acerca de la vida, la salud y la muerte, dejar que todo pasase y colmarnos con la auto-gratificación (jajaja)?
Bueno pues, ese sábado las ansisas eran terribles, me llegaba un ahogo…un no sé…algo así como una fuerza; esa que generalmente nos impulsa a tomar las desiciones más llenas de adrelalina en nuestra vida: ¿cuántas veces nos acostamos con alguien por que simplemente pasó? ¿Cuántas veces nos masturbamos en un baño público o en la oficina porque simplemente nos dejamos envolver por la situación? Sí, entre suspiro y suspiro, mientras las hojas del árbol de mango se tostaban aún más con los formidables rayos del sol, a esas conclusiones iba llegando yo.
No obstante, al parecer mis intenciones fueron escuchadas: quizá por Maradonna, tal vez por Tom Cruise, quién sabe si por Oprah; la cuestión es que, dos horas después, cuando ya casi me rendía a la tentación y comenzaba a surcar mi cuerpo (a solas) con la mano llena de ímpetu, toca a mi puerta un vendedor.
Debo confesar que era bastante atractivo (en el sentido peyorativo de la palabra); podía tener unos 27 años, era alto, blanco y de ojos café (lo vi, puesto que la ventana de mi cuarto da, por cuestiones arquitectónicas, a la entrada principal de la casa). Al continuar el eco del timbre por la sala y llegar directamente hasta mi cuarto, un escalofrío corrió mi espalda ¿será esta una señal? ¿O nada más es un alarido de ahogado?
Siempre he sido considerado como una persona algo pícara…pero no una picardía sutil, la que invita a otro o a otra a una escapada, la que hace parecer al más vulgar de los chistes un comentario algo atrevido; ¡No! Mi picardía cae ya en un sector casi idéntico al de la perversión, pero sin llegar tan lejos…(algunos o algunas quizá entiendan de lo que les hablo).
Decidido pues a no dejar pasar esta oportunidad (ya no era ahogo, se trataba ahora de una adrenalina que aumentaba con cada pensamiento). Me dije:
- ¿Qué hago? ¿Me dirijo hasta él y le pregunto si desea “desahogarse” en un par de minutos? ¿Le hago partícipe de mis ansias morbosas o solo le digo que no estoy interesado en los cachivaches que vende? Esto y más me preguntaba.
Sin embargo como el tiempo pasaba tan rápidamente y sabía yo que en cualquier instante el tipo iba a darse la vuelta, decidí quitarme toda la ropa, amarrame un paño a la cintura y pretender por todos los medios posibles, que acaba de salir de la ducha.
Corrí hasta la sala, me desacomodé el pelo y por la ventana (no fuese un ladrón o algo parecido el vendedor) y le pregunté: ¿qué desea? (¡ojalá un sobo! pensé). Él me miró un poco desconcertado (mientras yo hice la pregunta bajé un poco el paño) y me respondió: “ando vendiendo galletas, ¿le gustaría comprar alguna?”. Pasó un leve instante y sin pensar (de hecho) dos veces, le lancé una pregunta al tipo, la cual hasta estos días ¡me avergüenza sobre manera!
Imaginen que un extraño, salido de la nada, cruzase un par de palabras con ustedes y sin el menor tapujo decir: “¿Cree usted que la masturbación es buena?” Y casi dos segundos después, sin perder el aliento de la primera pregunta: “¿lo ha hecho usted alguna vez? (ja, creo que la respuesta nunca sería negativa)”. El tio apenas y pudo reponerse de la impresión que le causó semejante descaro, pero al parecer quizá la experiencia o el grado de morbo a flor de piel, no lo sacaron de órbita completamente.
Segundos después me dijo: “Sí claro, cuando un hombre se riega (primera vez que escuchaba semejante adjetivo) es bueno para la tubería, y desde luego mae, o ¡¿usted piensa que hay maes que no se la jalan?! (¡!!awww!!!, respuesta correcta). Bueno si usted quiere lo podemos hacer ya, ¡ya me entraron las ganas!”
Si él al principio quedó un poco ido, yo en definitiva estaba sin palabras…veía todo como en otro tono, se me escapó el alma del cuerpo y se había escondido en la parte más alta de la casa. Balbuceando unas cuantas palabras le contesté: “yo estaba a punto de empezar, ahora si usted quiere le damos”. Sin más que decir, el tipo entró a la casa.
Dejó a un lado las galletas y cómodamente se sentó en el sillón de la sala. No tengo que decir cuán erectos estábamos: él sin duda alguna estaba bien equipado, puesto que a través de su jeans se podía apreciar el contorno (¡que contorno!) de su falo. Yo evidentemente no necesitaba nada pues en pelotas y con un paño encima, es innecesaria alguna otra información.
Sin saber quién empezar (el tipo lucía un poco nervioso, pero poco a poco se fue acostumbrando), yo tomé la batuta y comencé con el acto. Quité el paño que me cubría y tomé sin tapujos mi miembro, el otro dejándose llevar por lo visto, simplemente se desabrochó el cinturón, se corrió el bóxer y sacó sin contemplaciones su verga (¡apuesto que un urólogo tendría cierto respeto por el equipo ese!).
Al principio cada uno estaba en lo suyo, no sin antes echar miradas esporádicas a los gestos y respiraciones del otro. Luego, cuando los ánimos estaban en los más y mejor, él se me acercó, acercó su mano a la mía y sin decir palabra comenzó a ayudarme en la faena. Yo desde luego le devolvería el favor…
Arriba, abajo, ora una mano, ora la otra, ora con las dos…el repertorio se hizo entretenido, y con dos gemidos sacados de una película porno asiática (son sonidos que en lo particular me dan tanta gracia que abandono por completo la idea de mastúrbame y me empiezo a reír, en este caso me abstuve desde luego): ¡Awwwww…ohhh….! El tipo dejó correr por su mano, por el piso, por la alfombra (más tarde me preocuparía yo por semejante charco) y ciertos sectores del sillón, “el riegue” (me dijo él después de lavarnos). Yo me uniría al club segundos después, pero mi “riegue” (jaja) jamás se compararía con el de él.
Terminada la obra, él tuvo la suficiente confianza para contarme algunos episodios masturba-torios de su vida y pasajes un tanto escabrosos de su familia (los cuales me pusieron bastante nervioso).
Y así como iba acercándose el reloj a las tres de la tarde, el chico (a quien he visto en varias ocasiones ya, eso si, sin ninguna acción resarcitoria) se acomodó el animal, ya menos grande desde luego, tomó las galletas (seguramente algunas iban con toppin’ genético) y con un saludo bastante macho, se despidió de mí…
Un minuto después, recogí mi paño y el papel con el que nos limpiamos; giro mi cabeza para ver si todo quedó bien…y…¡puta! Una mancha bastante grande en la alfombra de la casa me recordaría lo que hice en una tarde calurosa de abril.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Es mi primera historia! Se vale decir todo, así tal vez si me dejan publicar otra, veré en lo que pueda mejorar...

El Sobon dijo...

Excelente! Espero leer más de vos en el futuro...
*****

Anónimo dijo...

que loco hacer eso!!! yo a veces templado espero q alguien toque el timbre para salir como ud y ver q pasa jajaja muy valiente buena esa!